domingo, 24 de junio de 2007

CONCIENCIA : BIEN Y MAL

En un mundo, en el que nos ha tocado vivir grises tiempos de cambio, se nos hace prácticamente ineludible el análisis exhaustivo de la conciencia del ente humano.
Dicha conciencia ha evolucionado hacia límites insospechados y fluctúa peligrosamente en el lado negativo de la balanza de una línea divisoria e imaginaria que separa dos zonas o partes catalogadas moralmente, según su incidencia sobre el individuo, como benefactoras o perjudiciales. Se podría decir que esta conciencia sería controlada por la natural permisividad netamente subjetiva que posee el individuo y que, en cada caso, resulta intrínsecamente enjuiciada y analizada por el propio sujeto.

Esta línea divisoria, íntimamente unida a la esencia misma de nuestro propio razonamiento, no resulta inamovible en lo que podríamos llamar su plano de realidad o de manifestación material. De este modo, esta línea se desplaza inexorablemente, en tanto en cuanto el sujeto autoriza el deslizamiento moralmente inducido, hacia una de las zonas.
Si el proceso evolutivo resulta degenerativo hacia el mal o lado negativo, se produciría una reacción análoga a dicho proceso en la que aumentaría la capacidad estimativa del propio egocentrismo, liberando así el individuo mayores dosis de permisividad que dicho egocentrismo transformaría en una total y plena capacidad de actuación amparada en la natural autoindulgencia desarrollada por el ego.

La complicidad existente entre conciencia y razonamiento hace que el enjuiciamiento permanezca entonces velado o perturbado, por lo que el proceso evolutivo degeneraría, negativamente, al amparo de un “juez” cuya capacidad estimativa del mismo tendería siempre a una total absolución basada en un juicio netamente egocentrista.

Entendiendo también que la deformación egocéntrica personal llevaría, implícitas en el subconsciente, autovaloraciones total y absolutamente subjetivistas que, netamente, enraizarían comportamiento y permisividad con una gran dosis de autoindulgencia. Todo esto, a su vez, haría factible la deformación y desequilibrio del “yo esencial” que cataloga, intrínsecamente, al ente humano en el más alto podium como el único ser conocido con capacidad de raciocinio y originario del bien en su más profunda esencia.

Cabría considerar la posibilidad de indagar la raíz del conflicto en el proceso educativo generacional que, en las distintas capas de la sociedad, agrupan cada una de ellas en un todo contextual, influenciadas por el siempre poderoso pero no tan benefactor influjo del ya sobradamente denostado y manido tema de la educación de masas , del que se ocupa casi en un cien por cien los medios de comunicación y últimamente también Internet.

La educación de masas, ya sea abierta o subliminalmente, y a tenor de la propia voluntad dirigida por medios audiovisuales, actúa en el individuo en el que no se han asentado unas bases, fundamentalmente éticas y culturales, como un pernicioso fermento.
Así mismo, es fundamento de una sociedad que, propiciamente seducida a través de dichos mensajes subliminales, absorbería el efecto favorecedor del entontecimiento de la misma que, inevitablemente, tendería a derivar en una falta de moral y juicio crítico, derribando así las barreras de contención de aquellas facultades de discernimiento que impiden la inducción a un consumismo ilógico y absolutista en todos los ámbitos del ser.
De este modo se ponen al descubierto los entresijos de un demencial proyecto de manipulación y entumecimiento mentales para beneficio de intereses económicos y de poder de los altos estamentos de la sociedad consumista por antonomasia.

La excesiva influencia que los ya citados medios producen en la sociedad desde edades muy tempranas, impiden la formación cultural fuera de un encuadre psicológico esquematizado, así como el pleno equilibrio de la psique humana que en su etapa inicial de asimilación, produce un efecto irreversible originario de la incoherencia y evolución de los conceptos esenciales del “yo”, arraigados en la profundidad del mismo. Estos conceptos definen al ser humano como un ente netamente libre-pensante desde la sabiduría esencial de la nada, donde todo conocimiento se manifiesta acrisolado.
Y así, desde el desconocimiento total y profundo, fluye el conocimiento pleno y absoluto inherente a cada ser a través de la nítida intuición que le es innata desde sus más tiernos orígenes. Dicha intuición es constitutiva, por tanto, de la auténtica fuente de donde se nutre la genuina inteligencia emocional.

La plena asunción tácita y acordada del comportamiento actual de gran parte de esta sociedad, se podría decir que rinde culto a sus más oscuras tendencias que, aletargadas desde el principio de los tiempos en el fondo del ser, se manifiestan inductoras y firmes candidatas a seducir y doblegar sus débiles cimientos, próximos a la desintegración, dada la carencia en esta sociedad de fundamento ético y solidez de principios morales.
Dicha actitud permisiva constituye el trasfondo esencial donde se somatizan las ideas erróneas de este comportamiento a la espera de su futura materialización y en aras de la total consecución de sus objetivos.
Esta conducta que podríamos llamar atípica, por ser contraria al bien, se produce y propaga a través de una corriente de cierto escepticismo de determinados sectores de la sociedad tradicional que, asfixiados en su pequeño reducto, asumen sus perniciosos efectos dejándose arrastrar, como si de un gran maremoto se tratara, arrasando sus manoseados principios, llegando a identificarse, en parte, con esta corriente y creando, por tanto, un gran maremagnun interior, consecuencia del conflicto, donde permanecen sometidos, sojuzgados y subyugados todas las ideas benefactoras que conformaban el principio del ser y que ahora corren tras toda esa masa informe que las destruye. De ahí la profunda escisión que padece la humanidad, donde se alberga el que podría denominarse “eterno sueño de los justos”.

Quizás, son grises tiempos de cambios los que vivimos, en los que nada permanece impasible y caminamos entre los escombros de una civilización. Por este motivo, el no poder vislumbrar el fin del abismo nos ha hecho ser cobardes.

Quizás estemos en una época en la que los héroes duermen, el invierno parece ser eterno y la primavera ha perdido la razón de existir. Por eso deberíamos aprender a amar la vida y hacernos fuertes en los viejos sueños, hoy desechados, para que nuestro mundo no pierda la esperanza.

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