jueves, 6 de septiembre de 2007

LA SIEMBRA DE DIOS

Llené mi ser con la dulzura del Amor de Dios, y en su recorrido a través de mi universo íntimo, gozó mi alma al sentirse henchida de Sus amorosos efluvios.
Se repoblaron Sus campiñas y se llenaron los primitivos cántaros, por Él creados en mí a tal efecto, otrora vacíos secos y agostados de Sus grávidas míes, cual cosecha sembrada sin la ayuda de Su vivificadora lluvia.

Y resonó su eco en mi ser, por todas las edades en que no me consideré apta a Sus preciosos ojos.

Alegróse mi alma, por el bien que se le venía encima, cantando sin cesar desde el alba hasta el ocaso cánticos desconocidos en la sinfonía esencial de los mundos.
Alegróse también mi ser vital, hasta lo indecible, conocedor de Quien discernía mis pensamientos; del que era Artífice en la proeza del cómputo de cada uno de mis cabellos, todo mi universo íntimo, maravillado, aplaudía y clauidicaba al unísono ante tal portento.
Despertaron mis dormidas células, en franca recuperación, para sentir correr mi sangre en tumultuoso torrente, enmudecido ante las cosas del mundo; y en incesante Acción de Gracias por la abundancia de la Vida verdadera.

En perplejidad gozosa, incitado por el milagro de Su Fiesta en mi interior, mi ser consentía, en placentero abandono, ante Sus benéficos efectos.

Escapó mi infortunado desvelo, transformándose en anhelo intencionado, en consciencia gozadora de ese Amor infinito y dulcemente incontenible.

Nacía Su Amor en las entrañas del ser y, con total y absoluto beneplácito, se instauraba en los arrabales del corazón, conformando un dulce remanso, manantial de los mares profundos en los inicios de la vida, donde el astro rey, pusiera mil tornasoles, templándolo con la luz de Su Regazo.

En una fusión sin precedentes: Agua y Luz, dulcemente consensuadas en la dualidad del origen de los mundos; se constituía en amorosa cosecha de la Siembra de Dios.

Extasiarme buscaba en tan ansiada soledad, sin conceder crédito a tanto beneficio.

Amabilísimos Sus ojos que, en Su liviana mirada, me prestaban el conocimiento de la Ciencia que se gesta en el Árbol de la Vida.

Mansa la certidumbre de mis limitaciones, abocadas a la nada, sin la ayuda de Su Mano generosa.

Mi acusada ausencia del Amoroso Regazo, parecía ser un instante, ante Su Corazón indulgente.

En el sórdido camino de la negra noche, Él me prestaba Su Luz, revelándose como Supremo Norte y Guía en el único camino de retorno al deleitoso Hogar de la Alegría Perfecta.

Huyeron los estímulos del mundo.

Mi espíritu buscaba la Huella que otros pasos prestaron a mis pasos.

En los recovecos de mi alma, la esencia de mi ser, aún recordaba la excelsa Siembra de Su Amor In finito.

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